jueves, 8 de agosto de 2013

La ley que se vuelve invulnerable, y sin embargo no.

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El aburrimiento está a un paso del descuido, 
en un abrir y cerrar de ojos dimos un paso en falso y los testigos partieron. 
Solos, con todo al alcance pero sin nadie a quien significar profundamente; y todo por un descuido.
Me he visto a mi mismo viejito y escribiendo con bolígrafo sobre hojas de papel, 
y no he visto a nadie más importante que yo en esa visión reiterada.
Ese solipsismo tiene que ser algo importante, no puede ser el capricho de uno cualquiera que se regodea en su sí mismo, 
que se regodea y se angustia. 
Hoy creo que nada significa, hoy tengo la impresión de que alguien se equivocó al concebirme, 
que ese óvulo putrefacto no era el indicado para un espermatozoide que halló por milagro un atajo en la carrera. 
Me siento así de desencajado, y no siento pánico, ni miedo siquiera, siento que soy una equivocación, sólo eso.
 
Pero yo sé muy bien de dónde viene esa sensación, (¡agárrense los cojones!) viene de un dedo acusador enorme como una estatua,
que aplasta a las consciencias como a hormigas. 
Ese que señala mi virtual decrepitud es alguien que se alimenta de mi disconformidad porque la genera en mí. 
Y escaparle a esa mole es como parirse nuevamente, es como remontar al tiempo cual un barrilete, 
es tan imposible como la muerte si uno está vivo (un guiño para mi psicoanalista).
Así que mi esperanza está en los testigos, de género diverso pero siempre muy femeninos. 
Los nuevos testigos que valorarán mi estela en la mar, al decir de Machado.

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