miércoles, 15 de abril de 2009

Pensamientos

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El compromiso con el conocimiento no se ajusta a una vida a expensas de las emociones. Como si dijéramos; Newton tuvo un buen día en el momento en que “La manzana” golpeó su cabeza.
Es tan variable nuestro ánimo y depende tanto de él lo que seamos capaces de racionalizar, que hasta parece imposible que uno pueda seguir cualquier empresa intelectual, de un modo serio y comprometido. Porque tal compromiso se toma sus tiempos y se da de a saltos.
Los energizantes, los antidepresivos, los orgasmos en volquete, el amor que esclaviza[1], son todos instrumentos de represalia contra las emociones desestructurantes. Los consumimos para que un pensamiento racional sea posible, con continuidad, en nosotros. Quizá sea esta una manera industrializada de producción de intelectuales. Quizá esto le corresponde a nuestro tiempo. El pensamiento racional como producto a comercializar, con sus estándares y sus normativas que apuntan a una ininterrumpida elaboración de tales productos.
Es posible que halla organismos que soporten esta forma del intelectualismo de nuestro tiempo, de hecho los hay porque si no el modo en que operan las universidades, por ejemplo, sería en detrimento de la cantidad de egresados y de la oferta educativa, cosa que parece no suceder.



[1] Me pareció que la frase “el amor que esclaviza” queriendo indicar que es también un instrumento para administrar las emociones, requería cierta explicación: vea, frente al amor, a los diálogos del amor, a las caricias del amor, siempre me he sentido como sosegado, y las postrimerías del amor se corresponden con una depresión de la violencia de las emociones iniciales a ese acto de amor. Para tener por cierto que esto volverá a suceder y que además adquirirá cierta frecuencia, necesitamos esclavizar a nuestra pareja, elaborando una serie de reglas que aseguren nuestra posesión sobre ella. Nuestra pareja adquiere condición de objeto medicinal. A esto me refería con el amor esclavizante, otra consecuencia del industrialismo.

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