sábado, 10 de noviembre de 2018

Angustia sin corte

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               Ella no come, ella da de comer e intoxica. Todo su amor consiste en dar, en empachar porque no sabe qué hacer frente al llanto. O mejor dicho, es lo que supo hacer. Angustiada y hermosa, angustiada por mantenerse hermosa y seguir dando, sabe, supo, hacer eso. Niño su príncipe que le dio niños, la pena la consumió como a una flor que cuanto más putrefacta más resplandece. Ella brilla y su mirada es tortuosa, imprime tormento; ese eco de lo que no pudo ser puesto en acto. Humillada por ese príncipe-niño prohijó la debilidad de su prole y allí se sintió segura, porque no sabe otra cosa que atender los caprichos de los incapaces.
                Ese horror es un abismo infranqueable para el débil que sigue esa mirada sin corte, esa mirada ciega que da y no ve, que empacha y que intoxica. La alucinación es el intento vano del desvalido por hallar un corte y una silueta que lo incardine, que lo aleje y lo oriente en un mundo posible, un mundo sin esta ceguera.
              Cada vez que hay distancia el nacido siente con manifiesta ambigüedad pánico y entusiasmo, carente del instrumento como un barco sin radar se consume en la nada, en el siempre horizonte inexplorado; alberga no obstante una esperanza, la de encontrar en una palabra que se le escape un nombre que darse, un representante que le diga: yo soy.    

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