
Mi modo de estudiar es
caótico, las reglas de lo que estudio provienen de adentro de mí; voy de un
texto a otro sin concluir ninguno pero hilvanándolos al modo en que la araña
teje su red. Tengo la irresistible tentación de llamarme “genio”, pero sólo los
hombres poderosos pueden llamarse a sí mismos genios. Mis estudios tienen un
norte, pero ese norte es desconocido y/o a veces negado por el mundo que me
rodea. A las personas como yo suelen llamarlas sicóticos; una especie de
parásito que habita en medio del sistema productivo de los simplemente
“neuróticos”. Pero de este lado las cosas se ven muy de otro modo, soy el que
calma al doliente con su conocimiento y su piel, soy el que ve lo que otros
celebrarán o llorarán. Estoy por encima y por debajo de aquél sistema
productivo, en filosofía del lenguaje diría que soy el lenguaje y su
contracara.
Padezco la maldición de
Casandra, soy escupido en la boca por los dioses de nuestro tiempo, y esa
esputación, que seguramente me he ganado, impide como a Casandra que mis
conjeturas sean tenidas en cuenta. Un loco, un paria, un resentido, un egoísta,
esos calificativos cosecho a diario como si cosechara caricias, yo me doy y
ellos vienen a mí.
Por último quiero decir
que la denominación de sicótico es justa; en una rudimentaria etimología de la
palabra psicosis, que es la supuesta enfermedad que padece un sicótico, la
terminación “-sis” viene del griego clásico y está relacionada con la acción, y la palabra psique es la palabra con
que los griegos designaban a lo que los Romanos denominan alma. Así que bien
está dicho que ser un psicótico es padecer de la acción del alma, es decir, de
las pasiones que desbordan y no admiten sosiego. Indeterminación, porfía,
sorpresa, deslumbramiento, dolor, sufrimiento; son los contenidos de la vida de
cualquiera de nosotros, los psicóticos.