lunes, 11 de mayo de 2009

Muerte lenta

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¡Ay este pecho acrecentado de pasión!
En un heraclíteo río quién pudiera contenerla
para que no desborde, a veces, para que no la sequía otras tantas.
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Tan voluble como una pluma al viento
es el ánimo que me habita, su rigor
el de esa mujer de Rigoletto
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Es ancho y vasto cuando quiere
es un salitral también.
Cómo lograr encauzarlo:
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No sé por qué rincón
se le ocurrirá fluir hoy día.
A la espera de un capricho transcurro.
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Atento a lo que urge, porque por ahí viene,
el sonido estruendoso de su cota máxima.
Sin embargo no son urgentes las mismas cosas.
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Ahora me es necesario proyectarme en verso
esta mañana era el estudio exhaustivo
enseguida será vaya a saber qué cosa, sólo espero que no aparezca ella:
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La sequía abrupta, el salitral insoportable
que reseca labios y manos
que consume toda vida, nada puede nacer en ella.
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Que no venga, con su manto blanco, inmaculado
de ideas, de acciones, de amores.
Que nunca más tenga que resignarme a que pase
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Que nunca más deba soportar al tiempo
su tiempo seco, su inmenso tiempo ...
Porque cuando llega, a dónde huir:
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No se puede escapar de esa idea
La idea madre, la que dicta qué somos y cuánto valemos,
qué es y cuánto vale el universo.
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Somos la idea que de nosotros tenemos:
quién pudiera tener millones de vidas
para suicidarse las veces que resulte coherente.
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Pero en vez de el suicidio ensayo otras muertes,
quizá más terribles, las muertes del aburrimiento.
La conciencia exacta de que existe un mundo sin significados.
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Y no hay peor suicida que el que rejuvenece en cada intento.
Más lleno de vida, más intenso en la lucha, debe perecer.
Cada muerte es una muerte más profunda.
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Caigo desde púlpitos más altos
cada vez que supero esas instancias redentoras.
Y el arma mortal va madurando su concreción
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El arma definitiva comienza a crecer en las cercanías
En mi mesa de luz aparece un cuchillo
Con la excusa de la inseguridad me he comprado un revolver

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